miércoles, 31 de agosto de 2016

"El primero que cayó en Trujillo: Manuel Búfalo Barreto"

Ciro Alegría Bazán
           Estaba amasado con el barro del suburbio
           y en su sangre había sal de lágrimas proletarias.
           La idea se hacía acción de su brazo
           y en su voz se quejaba el pueblo oprimido.
           Hablaba en media calle de insolencia
           y sus palabras eran fustas
           sobre las carnes seniles de los nuevos
           encomenderos.
           Cuando su brazo señalaba el horizonte,
           el horizonte estaba cerca.
           Sus ojos veían a la justicia social
           más en los bolsillos de todos que los cobres del
           sábado de pago.
           Sus músculos se habían endurecido
           comiéndose los hierros del garage
           y su alma iba prendida al volante de la vida
           en una carrera agónicamente desesperada:
           para él la lucha era el pan del día.
           Así era Búfalo, el que murió el 7 de julio.
           Esa noche que se llenó más aún de sombras
           para proteger a 200 héroes apristas,
           él iba al frente y sus puños erguidos arengaban
           entre un fulgor de machetes campesinos.
           Sus gritos explotaron como granadas
           en el corazón de los defensores de los tiranos
           y las picas, los machetes y los browings,
           que esgrimían la miseria y el coraje,
           se rieron
           -con una trágica risa tinta en sangre-
           de la metralla y de los mauseres.
           En medio de la noche el rumor del combate se elevó
           al cielo
           como un luminoso canto,
           pero él cayó entre la red musical de balas
           y la tierra peruana sintió sobre su regazo un hijo
           suyo.

           Cuando amaneció, a los compañeros vencedores
           les dolió como una herida en el pecho el jefe
           muerto.
           Pero todos vieron que sus ojos,
           fijos en cada uno,
           les decían las mismas palabras que habían
           amado siempre.
           El nuevo camino comenzaba en la senda de su sangre.
           Los rudos militantes de la justicia
           cargaron el cadáver del jefe
           con el alma en los hombros y en las gargantas
           que lo mecían entre recios himnos de
           anunciación.
           Así, en las espaldas del pueblo,
           entró a la historia Búfalo, en Trujillo, el año 32" 


En: La Tribuna. Lima, 17-II-1989, pp. 37