lunes, 21 de noviembre de 2016

APARICIO POMARES


APARICIO POMARES

Héroe Andino de la Batalla de Jactay

Por: Emiliano Flores Trujillo
Este 6 de agosto se cumple 133 años de la memorable batalla de Jactay protagonizados por los campesinos de la provincia de Yarowilca y los invasores chilenos, y es justo recordar la acción heroica de Aparicio Pomares y de otros héroes anónimos que lo acompañaron.
El historiador José Varallanos en su libro Historia de Huánuco (1959) negó la existencia física de Aparicio Pomares y el lugar de su nacimiento en el antiguo distrito de Chupán, sin embargo en su libro La Guerra con Chile y Huánuco (1988) reconoce con el nombre de Asencio Aparicio, el principal abanderado de la batalla de Jactay y fue sepultado en una capilla de Chupán. Pero Ezequiel Saturnino Ayllón (1920) afirma que tal Aparicio Pomares “fue el indígena de Chupan”; de igual manera Rubén Berroa (1934) sostiene que fue “natural de Chupán”; del mismo modo Teófilo de la Mata Funegra   (1951) y Jorge Basadre (1981) afirma que el héroe de Jactay fue natural de Chupán y se llamaba como tal.
El mayor EP (r) Eduardo Mendoza Meléndez (1981:242) describe mejor la participación activa durante la guerra con Chile cuando dice que Aparicio Pomares “es probable que se batiera como soldado raso en la Campaña del Sur. Enrolado en el batallón Huánuco, tomó parte activa en las batallas de San Juan y Miraflores. Desmovilizada su unidad, no tardó en plegarse a la resistencia breñera. Concurrió a la batalla de Huamachuco formando el batallón  Huallaga del agrupamiento Recavarren; y fue de los últimos en abandonar el campo. Siguiendo el camino incaico, Pomares regresaría luego a su provincia domaína, sabedor de que allí todavía operaban las tropas enemigas de Arriaga”.
“Organizó un aguerrido grupo de combate y se convirtió en el abanderado de las guerrillas de Loarte. El 8 de agosto de 1883, casi un mes después de Huamachuco, a la vista de la ciudad de Huánuco, concurrió al combate de Jactay, brillando con luz propia como el más insigne de los combatientes”.  Eduardo Mendoza basa sus afirmaciones después de haber tamizado acuciosamente los archivos militares de la Guerra con Chile, principalmente de los héroes de la Campaña de la Breña bajo la conducción de Andrés Avelino Cáceres.
Es precisamente fue Aparicio Pomares el que organizó en la planicie de Julcapampa la partida de los campesinos de los distritos del antiguo Chupán y de los distritos de Chavinillo, Cahuac y Obas de la nueva provincia de Yarowilca y enrumbó por el camino que conduce a toda cumbre a la ciudad de Huánuco. La batalla de Jactay del 8 de agosto fue presenciada por toda la población de esta ciudad de Huánuco. Ezequiel Saturnino Ayllón y un tal Ubillus afirman en sus documentos escritos haber visto la batalla a la edad de 8 años. Años más tarde en 1888 el primero de los nombrados viajó al pueblo de Chupán a visitar a su hermano Antonio y observó la tumba de Pomares en una capilla, a la viuda y sus hijos.
En 1946, al tumbarse la capilla de San Sebastián en Chupán hallaron los restos de héroe y desde la ciudad de La Unión viajaron el inspector de Asuntos indígenas Jorge R. Vidal, el Subprefecto de la provincia de Dos de Mayo, Rubén Orduña y el párroco Ricardo Vásquez, quienes ordenaron el entierro de los restos de Pomares en el altar mayor de la Iglesia Matriz de Chupán. Las botas halladas de Pomares fueron llevadas a la ciudad de La Unión, capital de la provincia de Dos de Mayo. Posteriormente las botas de Pomares fueron adquiridas por la Sociedad Patriótica Pomares (1951) que presidía el educador Teófilo de la Mata Funegra. Así narró en uno de sus discursos pronunciados por Teófilo en el Obelisco de Jactay en 1959 y así nos relataron en 1983 el anciano Fortunato Gonzales (79) y Honorato Borja Omonte (75). Y del mismo modo narró en 1985 el señor Víctor Visag Sánchez, tesorero de la Sociedad Patriótica Pomares.
En: Voz Regional, Huánuco: Setiembre 2016


miércoles, 31 de agosto de 2016

"El primero que cayó en Trujillo: Manuel Búfalo Barreto"

Ciro Alegría Bazán
           Estaba amasado con el barro del suburbio
           y en su sangre había sal de lágrimas proletarias.
           La idea se hacía acción de su brazo
           y en su voz se quejaba el pueblo oprimido.
           Hablaba en media calle de insolencia
           y sus palabras eran fustas
           sobre las carnes seniles de los nuevos
           encomenderos.
           Cuando su brazo señalaba el horizonte,
           el horizonte estaba cerca.
           Sus ojos veían a la justicia social
           más en los bolsillos de todos que los cobres del
           sábado de pago.
           Sus músculos se habían endurecido
           comiéndose los hierros del garage
           y su alma iba prendida al volante de la vida
           en una carrera agónicamente desesperada:
           para él la lucha era el pan del día.
           Así era Búfalo, el que murió el 7 de julio.
           Esa noche que se llenó más aún de sombras
           para proteger a 200 héroes apristas,
           él iba al frente y sus puños erguidos arengaban
           entre un fulgor de machetes campesinos.
           Sus gritos explotaron como granadas
           en el corazón de los defensores de los tiranos
           y las picas, los machetes y los browings,
           que esgrimían la miseria y el coraje,
           se rieron
           -con una trágica risa tinta en sangre-
           de la metralla y de los mauseres.
           En medio de la noche el rumor del combate se elevó
           al cielo
           como un luminoso canto,
           pero él cayó entre la red musical de balas
           y la tierra peruana sintió sobre su regazo un hijo
           suyo.

           Cuando amaneció, a los compañeros vencedores
           les dolió como una herida en el pecho el jefe
           muerto.
           Pero todos vieron que sus ojos,
           fijos en cada uno,
           les decían las mismas palabras que habían
           amado siempre.
           El nuevo camino comenzaba en la senda de su sangre.
           Los rudos militantes de la justicia
           cargaron el cadáver del jefe
           con el alma en los hombros y en las gargantas
           que lo mecían entre recios himnos de
           anunciación.
           Así, en las espaldas del pueblo,
           entró a la historia Búfalo, en Trujillo, el año 32" 


En: La Tribuna. Lima, 17-II-1989, pp. 37